Lo peculiar nos identifica. Funciona igual en individuos y en grupos. Es curioso observar cómo compatibilizamos la inclinación por la diferencia con la aglutinación en el grupo. Nos sentimos orgullosos de lo que nos hace diferentes. Al mismo tiempo rechazamos al diferente. La tendencia al grupo hace que creemos el indivio-grupo. Le atribuimos peculiaridades, pero en él han de caber varios. Lo individual da miedo. El otro es una amenaza. Se teme y se desea al mismo tiempo.
Uno empieza siendo alto o bajo, rubio o moreno, diestro o zurdo. Al final se termina creando clubs de fumadores en pipa, de coleccionistas de sellos o de nacidos el veintinueve de febrero. Se extiende la peculiaridad individual a un grupo que la comparta. Una vez protegidos, nos refugiamos en él, nos identificamos y acabamos rechazando lo diferente. Se defiende la parte en el todo, se ataca a la parte desde el todo. Un individuo-individuo no es peligroso. A lo sumo es peculiar. Un individuo-grupo sí lo puede ser. La individualidad no lleva al rechazo del otro, el grupo unido, unificado, identificado sí. Al ser humano le resulta duro ser individual y vivir peculiarmente. Ser uno es arduo. Ser único ha llegado a ser tan sólo un halago.
La colaboración es necesaria. La asociación y la agrupación son defendidas y buscadas por motivos prácticos. La renuncia a nuestra individualidad nos hace luego buscarla en el grupo. Si no puedo ser yo quiero ser nosotros. El nosotros tiene sentido siempre que existan ellos, esos de los que necesito diferenciarme, esos que nos hacen únicos. Si el nosotros abarca a todos pierde la gracia y, lo que es más grave, el sentido. Sin otro no soy yo. Sin nosotros desaparecemos nosotros.
Prácticamente todas las teorías o ideologías socializadoras han fracasado no por poner al colectivo por encima del individuo sino por quitarle individualidad al grupo.
La alabanza del yo individual sólo tiene cabida en la intimidad. Queremos ser únicos ante el otro y, sobre todo, hacemos del otro algo único para nosotros. Esta bipolaridad, esta esquizofrenia que nos lleva a habitar mundos paralelos, casi nunca complementarios, nos aleja del equilibrio, único lugar verdaderamente habitable, único lugar donde no importa que exista el otro, donde, de verdad yo soy yo, él es él y juntos formamos un nosotros. Ese nosotros nuca debe ser el refugio de los débiles, de los inseguros. Nunca el lugar de donde obtenemos ideas que luego hacemos nuestras.
Entre el uno y el universo hay una distancia insalvable que está plagada de grupos que nos procuran el refugio necesario, que nos protegen del miedo a lo desconocido. Muchas mentes no piensan más que una necesariamente. Las decisiones adoptadas en grupo liberan de la responsabilidad individual. El miedo compartido es menos miedo. El héroe se desvanece pero pagamos ese precio gustosamente si con eso eliminamos las piedras del camino. Uno sólo se puede sentir cobarde. En comunidad el miedo desaparece.
Saber que somos únicos nos deja bloqueados. Ser uno y ser todo nos hiela la sangre. El otro es necesario para que seamos uno, no necesariamente para ser dos. La búsqueda consciente de la colaboración es la única búsqueda inteligente. El consenso refuerza la individualidad. Cuando ésta se debilita ya no es consenso. Ser social no significa ser gregario. Lo más difícil de aprender es que el todo no disuelve a las partes.
De pequeños aprendimos de memoria yo soy , tú eres, él es, nosotros somos, vosotros sois y ellos son. Esta es la mejor prueba para demostrar que aprender de memoria no sirve absolutamente para nada. Bien nos vendría aprender de nuevo lo que damos por sabido. Empecemos: yo soy yo, tú eres tú, él es él, nosotros somos nosotros, vosotros sois vosotros y ellos son ellos. Sí realmente llegamos a entender lo que decimos habremos dado el salto que separa el uno del universo. Somos uno y somos todo. Así de sencillo.
Sé que andabas en uno de tus largos y solitarios paseos, admirando la luna casi-llena, cuando a tu izquierda comenzó a arder una zarza y que cuando te acercaste un poco para encuadrarla adecuadamente y disparar, escuchaste una voz atronadora que te ordenó: —Suélta ese ridículo aparato, hombre de poca fe, y saca inmediatamente el lápiz y la libreta de la mochila. Ahora ¡escribe! Y te dictó el último párrafo. El resto, lo escribiste para disimular.
No sé qué decir, después de leer la entrada tres veces…
Es de esas veces que uno sabe que lo que diga no va a expresar lo que ha sentido.
Bueno… estuve aquí y la leí.
M,
Parece que tienes una cámara que me persigue. Casi todo es cierto. La libreta, el lápiz, la mochila y la zarza ardiente. La voz me llamó Moisés y como ese no era yo no quise escribir el dictado.
unmundomejorcrisiñakiperocreoquecris,
Yo la he escrito una vez, no la he leído tres veces y tampoco sé qué contestarte. Me da vergüenza pedirte que la leas una cuarta vez.
Bueno… estuve aquí y me gustó saber que la leíste.
En realidad, tengo varios artefactos ad hoc, entre ellos un palantir y una bola de cristal genuina que obtuve en una visita a Salem hace ya unas décadas…. bueno, la visita fue oficialmente a Boston, pero ya sabes cómo son los viajes… Ambos son similares en apariencia, sobre todo cuando están «encendidos», pero operan con tecnologías completamente diferentes). Tengo también una colección de pequeños espejos especializados por regiones del planeta, el más antiguo es del S. VI, perteneción nada menos que a Morgana… pero en realidad a ninguno podría llamársele «cámara» propiamente. Te confieso que todos están muy subutilizados…. ya sabes que en estos tiempos en que vivimos hay leyes muy estrictas (aunque absurdas) respecto al derecho a la privacidad y esa clase de cosas.
Gracias por avisarme. Trataré de tener más cuidado a partir de ahora.
Me pasa más o menos lo que a Cris. Me obligo a escribir, pero representa un esfuerzo bastante grande. No sé si las entradas paralelas convergen o no. Me da la sensación de que estamos situados en los extremos opuestos, si es que al considerar el infinito puede haber extremos…
Usamos los grupos como refugio o escondite, efectivamente, pero de ningún modo esta era la idea original. Los grupos se hicieron simplemente para extender nuestro alcance: podemos hacer como grupo cosas que como individuos no podemos. Digamos que ese debería ser el uso cuerdo de un «nosotros». La identidad de un grupo, por tanto, no proviene de una descripción de sus partes componentes ni de una descripción del grupo en sí, sino de su propósito, de sus metas, que alcanzará a través de la acción. Cuando estos propósitos no existen, cuando son una nube confusa, cuando son contrarios a la supervivencia o cuando sus miembros no los conocen ni los han hecho suyos, la existencia del grupo es una mera ilusión y sus días están contados. Cuando ocurre lo contrario, cuando las cosas son como tienen que ser, como bien dices, vecino querido, el infinito es el único límite.
Los grupos utilizados como refugio. El grupo sinónimo de masa donde los objetivos sólo son la seguridad y la comodidad.
La vida enfrentada, la vida tomada tal y como viene da miedo y entonces se busca el refugio en el grupo donde, desde el anonimato, se deja que otros decidan lo que hay que hacer. El líder es el paso siguiente. Él marca el camino y pone las reglas. El grupo como disolvente. El grupo donde en vez de individuos hay gregarios. El grupo visto como círculo cerrado, como comunidad de elegidos y de iluminados. El grupo de seguidores o de fieles. El grupo ciego.
El grupo como comunidad que nos permite hacer cosas que como individuos no podemos hacer solos. El grupo como colaboración donde cada uno sigue llevando a cabo su labor individual para el bien del grupo. El grupo con miembros activos. El grupo que no diluye a sus miembros sino que los resalta por el logro de sus objetivos. El grupo donde nosotros lo forman yo, tú, el, vosotros y ellos. El grupo donde el todo no está por encima de las partes.
El grupo que se une para integrar dentro de él a todos los que quieran colaborar. El grupo donde cada uno es parte imprescindible. El grupo donde convive el yo con el nosotros.
El grupo que tiende al uno y al infinito.
Los primeros son perversos y abundantes. Los segundos son nuestra única esperanza.
Los grupos, vecino querido, como todo lo que existe, ocupa una posición en la siempre útil escala de tono emocional. Realmente no hay dos clases de grupos, aunque sería imposible diferir de tu magnífica síntesis anterior, no se trata de blanco o negro, sino una serie de matices de gris intermedio por los que pasa (o en los que se estanca) un individuo, una pareja, un grupo, la humanidad en su conjunto, un conejo, una planta, una montaña, una pared o una puerta, un espíritu… creo (no estoy segura) que el infinito está fuera de esto.
Hay grupos apáticos, grupos llorones o quejumbrosos, grupos miedosos, grupos de hostilidad encubierta, grupos de odio (muy en boga últimamente), grupos airados, antagónicos, aburridos, conformes (no conformistas), alegres, conservatistas (no necesariamente conservadores), entusiastas, estéticos y de acción (constructiva y efectiva), más o menos en ese orden, ascendente en la escala y descendente, por desgracia, en su frecuencia, como bien dices.
Claro que no hay dos clases de grupos. Lo mismo que las generalizaciones son erróneas, las clasificaciones simplificadas también lo son. Creo que se entiende que existen matices y que los grises oscuros se acercan al negro y los claros al blanco.
Tanto las generalizaciones como las clasificaciones en dos pueden ser entendidas dentro de un contexto y malinterpretadas sacadas de él.