Cuando recordamos malos momentos, cuando tristes o duros recuerdos asoman de nuevo a nuestra consciencia, no encontramos el alivio de habernos desembarazado de ellos, no nos sentimos mejor desde la distancia, no respiramos tranquilos por saber lejanos y perdidos en el tiempo aquellos momentos. Al contrario la angustia, el pesar y el dolor reaparecen y recordar enturbia el alma.
Cuando recordamos buenos momentos, cuando tratamos de sonreír de nuevo con los ojos abiertos al ver lo que fue y ya no es, no disfrutamos en el presente gracias al pasado, la alegría no se apodera de nosotros. No vuelve el pasado a ser presente. Al contrario, la nostalgia trepa hasta alcanzar la garganta, la melancolía del tiempo ya consumido, acabado y muerto nos oprime el pecho.
Cuando recordamos, en fin, no vivimos, más bien lamentamos tiempos perdidos o revivimos dolores pasados.
Recordar es pernicioso y siempre nos hace olvidar que ante nosotros y en nosotros sólo existe el ahora. A pesar de todo, no podemos evitar pasar la vida recordando.
El recuerdo como aprendizaje, como inspiración, como estudio. El pasado como presente. Escribimos, pintamos, cantamos y fotografiamos el pasado para que no se nos olvide y para recordarlo, para hacerlo eternamente presente. Lo hacemos a pesar de las heridas que nos causa.
El ser humano es contradicción. Una de las pruebas más feroces de ello es su apego por el recuerdo, apego que le hace olvidar el presente. Tal es así que su esencia son los recuerdos. De ellos estamos hechos y en ellos nos convertimos. Es nuestro sueño de inmortalidad. Permanecer en otros como memoria, como recuerdo.
El hombre así es hombre porque tiene memoria. Es consciente porque recuerda y la existencia del pasado le hace concebir un presente aunque sea momentáneo.
El hombre sin memoria, sin recuerdos se vuelve cosa, se disuelve en la ausencia de tiempo. El hombre que recuerda, el hombre memorioso concibe el futuro porque posee un pasado.
Recordar es, insisto, pernicioso pero absolutamente necesario. Sin el recuerdo dejamos de ser como dejan de ser los segundos cuando uno sustituye a otro, cuando el nuevo elimina al anterior y entonces deja de ser nuevo.
Para recordar basta con cerrar los ojos.
Los recuerdos han creado el tiempo.
El pasado es recuerdo.
Estamos hechos de recuerdos. En ellos casi siempre nos quedamos perdidos y olvidados.
Hola compañeros de los primeros días de agosto. He leído este escrito sobre los recuerdos y también he recorrido brevemente el blog. Hay mucho para ver.
Sobre los recuerdos me he dedicado durante un buen rato a buscar un comentario inteligente.Hacer algunas precisiones o enmendarte cariñosamente. Pero lo he dejado. Después de todo mi proceso mental he llegado a una sencilla conclusión: ¡me gusta!. Y resulta que «eso» ya está inventado para el lenguaje de la red.
Hola compañero de mesa, mantel, vino y alguna que otra cerveza. Son, en efecto, unos pocos días al año pero son días, más bien noches, llenos de palabras, música, sonrisas, buen humor y muchas estrellas. Oxígeno de reserva para el resto del año.
Me ha alegrado mucho comprobar que te has dejado caer por aquí. Más todavía me alegra saber que te ha gustado.
¿Brindamos?
Salud!
A la salud de tus tres guapas y a la nuestra.
Los recuerdos son caprichosos. Sin permiso, alteran los sentidos… a veces maravillosamente. En lo personal los colores, los aromas y la música se llevan todos los créditos: Tienen la capacidad de llevarme a recordar sin más, sin vuelta. Creo que vivimos un poco de ellos y de reconstruirlos a nuestro antojo.
Salud, como siempre.
La vida acaba consistiendo en el trabajo que realizamos con los recuerdos. No cabe duda. Es un trabajo interesante, digno de estudio. Es construcción y reconstrucción. Es decoración y creación. No obstante, hemos de admitir que es trampa, que es puro engaño, con lo bueno y malo que tienen los engaños.
No poder recordar nos transformaría en algo inimaginable.