El verano me alcanza y no puedo detenerme a esperarlo. Estoy atrapado en el tiempo que me empuja, lleno de trabajo y zozobra. Mi cabeza quiere decir basta pero no es suficiente. Las horas y los días se suceden y me arrastran con ellos implacables, como el agua de un río se lleva consigo los restos del mundo y de la vida.
No puedo decir no y eso me duele. No estoy en disposición de negarme. Lo que yo decida y lo que yo haga, cosas que deberían ser las mismas, no solo me afectan a mí sino a los otros y saber eso pesa demasiado en la balanza.
Los otros como deber, los otros como estímulo pero también como libertad constreñida.
No soy uno, soy también otros y entre el uno y el universo que lo rodea se encuentran la mayor parte de nuestras decisiones. Cuando lo que hacemos afecta a los demás, dejamos de ser libres para ser responsables.
Es duro tener que responder a los demás cuando acaba mayo y es junio el que entra por la ventana. La cabeza de uno piensa ya más en dejar pasar el tiempo y se encuentra, aturdida, con que el tiempo le atrapa entre sus dedos de arena y de viento.
Quiero ser libre pero debo ser responsable. ¿Quién es más libre el coherente o el responsable? ¡Qué dilema conjugar libertad, consecuencia y responsabilidad! La primera por definición nos libera, la segunda nos afirma en lo que somos cada uno de nosotros y la tercera nos ata irremediablemente a los otros.
La libertad de elegir teniendo en cuenta nuestras convicciones y contando siempre con las consecuencias que nuestras decisiones tienen en los demás plantea el más profundo problema al que uno se enfrenta cuando sabe que existen los otros.
Ser uno es más fácil. El único peligro es la soledad. Aceptar a los otros, unirmos, no poder separar el uno del otro, el yo del nosotros hace nacer la responsabilidad y esta, nos exige, sin piedad, ser consecuentes y generosos, dejar a un lado la libertad por el deber cumplido.
Terreno peligroso ese de mezclar libertad y deber en nuestras vidas. Cuando el segundo es consecuencia de la primera no hay problema. Cuando el deber se nos impone, cuando se encarama a nuestra voluntad algo marcha mal en nuestra vida o en nuestra conciencia.
Así estoy yo, divagando este último día de mayo. El sol entra por la ventana. M. acabando su examen y yo con un lápiz en las manos y un folio en blanco.
Me temo que los otros y el deber se imponen esta vez a mi débil libertad de elección.
¡Qué difícil es a veces ser consecuente!