Intendencia, organización y alguna que otra cereza

Veinticuatro horas después la situación ha cambiado radicalmente. Ayer en el despacho. Ahora me encuentro sentado frente a la chimenea apagada. Tan sólo es un recuerdo del lejano invierno. Esta mañana he dejado mi ciudad y mi casa y he venido a la otra. Dejé la costa y el mar por la tierra marrón, el cereal amarillo y las suaves colinas de color cambiante. He estado tantas veces aquí que no sé explicar muy bien lo que siento cuando vuelvo. Tiene lo bueno de lo cotidiano y de lo nuevo y sorprendente.  Abro la verja de entrada y veo el jardín agazapado bajo el sol de verano. Lo primero que hago es ir detrás de la casa, allí escondidos viven los cinco cerezos de mis desvelos. Este año han sido pródigos conmigo. Ha llovido más de la cuenta este invierno y eso hace que las cerezas cuelguen todavía orgullosas de las ramas. El primer sabor de este verano recién estrenado han sido estos frutos rojos y amarillos. Allí a la sombra de los cerezos he ido probando las cerezas más rojas de cada uno de ellos. Agradecido he recorrido después el resto del jardín. El tilo, el almendro, los ciruelos y el granado siguen siendo testigos de su tiempo y del mío. La hierba que piso está más verde esta vez. Ha bebido agua suficiente. Me asomo al paisaje y al horizonte. Tierras que se extienden hasta donde alcanza la mirada. La silueta de la ermita recortada al fondo. Caminos que incesantemente recorro y que no me canso nunca de mirar. Suspiro y media vuelta. Entro en la casa que está llena de penumbra. La respiro y la recorro. Todo está en su lugar y siento que yo también estoy en el mío.

Se acabó la poesía. Es hora de deshacer el equipaje, de abrir armarios, colgar la ropa y preparar la cama. Al final ordeno los libros que he traído conmigo. Sé que son demasiados pero nunca puedo evitarlo. Aquí están ahora, junto a mi, bajo la chimenea. Hannah Arendt, Murakami, Warburton y Shriver. John Rawls, Grossmann, Cavafis, Neruda y Pessoa. Kazuo Ishiguro, Waugh, Guerra, Dicker y Barbara Vine. De todo y para todos. Para leer bajo el almendro o en la alcoba, en el sofá después de comer o en el jardín al caer la tarde. Sé cuál será el primero porque ya lo estoy leyendo, luego vendrán otros que escogeré con mimo. Me rodearé de ellos y según el día y el momento uno se quedará en mis manos y los otros tendrán que seguir esperando.

Toca hacer la compra. Cargar el coche con bolsas. Frutas, verduras, carnes y pescados. Después del trasiego de la ciudad y del supermercado es aliviante llegar de nuevo a la casa enclavada en medio del silencio y de la nada. Otra vez colocar todo en su sitio. Llenar armarios y estanterías con leche, aceite, mermelada y galletas. El frigorífico hasta hace unas horas vacío está replero ahora de sabores y colores.

Por hoy es suficiente. Me preparo una taza de cacao caliente. Me siento en mi sillón preferido y observo. La luz de la lámpara, la chimenea apagada, la enorme mesa de madera. El sofá de las siestas, la vieja televisión donde veré todas las películas pendientes, las cortinas rojas. Me siento y observo. También escucho  el silencio.

Ya es madrugada. Estoy cansado. Ha sido una larga jornada. Intendencia, organización y alguna que otra cereza.  Ha merecido la pena. Ya estoy instalado. Sé que en unos días este será mi mundo. Digo mío porque la certeza que me anima es que este mundo ha sido al menos escogido.

Digo adiós a todos los libros menos a uno . Me voy con él a la cama.

Llegará la luz mañana para despertarme y con ella un nuevo día.

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