Ciudadanos

El valor primordial de la democracia es el valor de la participación. Sin ella, aquella deviene en algo insulso y sin gracia. La participación se ha convertido en un simple voto, el voto se ha transformado en delegación y la delegación finalmente en dejación de derechos y por supuesto de deberes.

La decepción general que causa el panorama político, espejo, por otro lado de la condición humana, empuja a muchos hacia el abandono, a bajarse del tren que mal o bien, rápido o lento, nos ha traído hasta aquí.

Sé que duele, sé que es duro decirlo pero esto no es más que un ejercicio de irresponsabilidad. Somos, admitámoslo, vagos y gregarios y el mal estado de las cosas y la corrupción galopante que nos acecha ofrecen la oportunidad perfecta  para sentirnos dignos y coherentes en nuestro abandono.

No queremos ser como ellos. Los políticos son una especie diferente de la nuestra. No queremos mancharnos las manos, no queremos participar en esa orgía de egoísmo. Dimitimos de nuestra condición de ciudadanos y con nuestra irreflexiva acción no hacemos más que seguir dejando en manos de nuestros odiados corruptos el pastel que ya no nos queremos comer.

Cuando alguien, pesado y terriblemente ingenuo, nos sigue hablando de otros mundos posibles, nos cansa pero sobre todo nos molesta. Se vive muy bien protestando. Primero la desidia, no hacer absolutamente nada, que me lo den todo hecho, que para algo voto y participo. Luego, cuando me siento traicionado, abandono, me retiro a mis cuarteles de invierno, allí desde donde lanzo críticas ciegas y feroces. Despotrico de un mundo en el que, por supuesto, sigo viviendo.

Quería cambiar las cosas pero decepcionado compruebo que no se puede. No me queda más remedio que huir, alejarme, por miedo al contagio, de ese mundo podrido que mata con premeditación y alevosía todos los sueños y todas las esperanzas. No tengo más opción que aniquilarme, como aniquilaron mis aspiraciones, abandonarme ahora a la perpetua queja y,  ya de paso, a los partidos de fútbol en la tele.

No participar de alguna forma es abandonar nuestra condición de ciudadanos. La ciudadanía es el más alto escalón al que el ser humano ha subido en su ya larga y dura evolución. Despreciarla, dimitir de ella no nos transforma en héroes ni en tercos revolucionarios. No hacer y no decir no da derecho a pontificar después. No nos sitúa por encima del bien y del mal. Más bien al contrario, nos convierte  en contrarrevolucionarios, hacemos el juego a un sistema que nos quiere callados, sumisos o no, pero callados.

Lo verdaderamente revolucionario es pensar, decir, hacer, reír, llorar, criticar desde la alambrada, luchar desde la razón y desde la rabia. Nada hay más triste que un ciudadano que no ejerce la ciudadanía. Es como poder pensar y no hacerlo, luchar por la libertad tanto tiempo añorada y una vez lograda ponernos otro collar diferente.

El mundo está lleno de maldad y miseria. Todos somos buenos y malos al mismo tiempo. Todos, y digo bien todos, somos responsables de lo que nos sucede. Unos más, otros menos tal vez, pero no hay uno solo que se libre.

La evolución de las especies ha sido dirigida por la fuerza descomunal de la naturaleza, ella ha ido  seleccionando a los mejor adaptados. Ya no, hemos llegado a un punto donde, nosotros los humanos, convertidos ya en ciudadanos, podemos dirigir nuestro progreso, podemos reconducir la evolución a nuestra voluntad. Somos ya seres voluntariosos, debemos movernos siempre en alguna dirección. La quietud no es condición humana. Es cómoda pero cobarde. El silencio pasa en un instante inaprensible de dignidad satisfecha a triste sumisión.

Estamos obligados a hablar o a gritar. A hacer. Nuestro futuro es nuestro. Sólo lo podemos decidir nosotros. Nosotros me incluye. No puedo escapar y quedarme fuera.

Participar no es votar o no votar. Participar es pensar, ser consciente de dónde estamos, criticar al de enfrente, discutir con el de al lado, tratar de convencerle, opinar, decir, leer, hablar, luchar, cambiar, enfadar, proponer, responder, ser, en definitiva lo que nos hemos hecho ser. No esencia sino estado. No materia sino sustancia. No carne sino verbo. No animal sino ciudadano que piensa y lo hace, al menos a veces, por sí mismo.

2 comentarios

  1. No podría estar más de acuerdo. Vivo en un país donde el 80% de la población vota a un partido porque, hace 20 años, el líder era un auténtico icono… Ser ciudadano no es votar, es pensar, implicarse y, tras ello, decidir y optar, por una vía u otra, pero optar. Me gusta lo que leo.
    Un beso 🙂
    S

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